jueves, 16 de julio de 2009

¡FELICIDADES LA PAZ!























Estaba pensando escribir algo sobre La Paz, a propósito de estos 200 años que recuerdan el grito libertario de 1809.

La primera duda se me vino a respecto del concepto de libertad.

Bueno, pero eso lo dejaré para otra oportunidad. Prefiero, hoy, sumarme al optimismo de la mayor parte de la gente que vive en esta linda ciudad.

Y cada vez más linda.

Tenemos que reconocer que el actual alcalde, Juan del Granado, realizó un gran trabajo, en base a la lucha contra la corrupción en la alcaldía.

Con la notoria disminución de la corrupción en el edilicio (pues decir fin sería utopía), quedó dinero para realizar obras.

Y fue justamente ese, creo, el mayor desafío del llamado “Juan Sin Miedo”.

¿Por dónde comenzar?

La Paz fue estructurada para tener, en lo máximo, 300 mil habitantes. O sea, administrar económica y estructuralmente una ciudad que tiene hoy un millón de habitantes durante la noche y uno y medio durante el día, no es fácil.

Pues, es también necesario atender las necesidades de ciudadanos que viven en ciudades colindantes con La Paz (como El Alto y Mecapaca, por ejemplo) que no pagan impuestos a la ciudad.

La alcaldía de La Paz tuvo que abrir las entrañas de la ciudad para operarla y cambiar toda su estructura de desagüe, como el mejor de los cirujanos que tiene que curar una infección intestinal para evitar una mortal diverticulitis.

La ampliación, empedrado y asfaltado de calles que dan comodidad a los ciudadanos que habitan las laderas, se constituye en obras sociales de nutrido interés público. Así, barriales se convirtieron en barrios de verdad, porque estos mismos ciudadanos ganaron la posibilidad de llegar a sus hogares en transporte público, cosa impensada hasta hace poco tiempo.

A propósito, en la ciudad de La Paz existen 3 vehículos para cada 10 habitantes. Un verdadero caos.

Por ello, la construcción de puentes y viaductos, la ampliación de vías y el ordenamiento comercial callejero, también fue una necesidad.

Y finalmente, para no extenderme mucho, visualmente, la ciudad de La Paz es hoy un conjunto geográfico armónico en donde no faltan áreas verdes y lugares de recreación.

Quienes no desean aprovechar estas áreas dentro de la ciudad como el Parque Central y el Paseo Balcón, tienen la alternativa de irse a pasear con la familia a los parques de Mallasa, de Pura Pura, o simplemente quedarse en las decenas de placitas construidas en los propios barrios.

En fin, La Paz, en su Bicentenario es otra y es más.

A tres horas de viaje, se puede ir a pasear al lago Titicaca o visitar el trópico yungueño, pasando por el paisaje nevado de La Cumbre. Con un poco más de tiempo, se puede visitar la Amazonía paceña o, en un cambio radical, internarse por el inmenso altiplano para visitar verdaderos oasis de tranquilidad.

Los que desean conocer su historia antropológica o su mística astrología, Tihuanacu les espera a dos horas de viaje.

Y los que no quieren hacer nada, se pueden quedar simplemente observando el majestuoso Illimani.

Entonces, ¿qué falta?

Falta conciencia ciudadana. Falta la cultura del respeto a lo que es de todos. Falta que cada uno de nosotros cuide de la ciudad, limpiando la puerta de su propia casa. Falta que se cumpla con las obligaciones tributarias. Falta entender que la alcaldía de cualquier ciudad funciona con los impuestos de cada uno de sus ciudadanos.

La Paz puede sentirse tranquila, porque su crecimiento significa el crecimiento del país.

La Paz siempre fue una ciudad buscada por los bolivianos que querían y deseaban alcanzar el éxito. Lo sigue siendo.

La Paz se caracterizó siempre por abrir sus puertas y sus entrañas a ciudadanos del interior y exterior del país, gracias a quienes, además, es lo que es.

En tiempo, es bueno aclarar que no soy amigo del alcalde Juan del Granado, nunca intercambié con él más de dos frases en actividades públicas, no soy empleado edil y no pertenezco a su partido político.

A ningún partido político, además.

¡Felicidades La Paz!

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